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Octavio del Toro (Gran Canaria, 1966) rinde homenaje a la enigmática figura de la harimaguada aborigen en la exposición que inaugura el día 15 de febrero en el Museo Agáldar de Gáldar
La citada exposición, que podrá contemplarse en el mencionado espacio cultural hasta el día 5 de marzo, forma parte del Circuito ‘Itineraria’ que impulsa el la Consejería de Cultura del Cabildo grancanario a través de su Centro de Artes Plásticas, en estrecha colaboración con los municipios de la isla. La exposición ‘Harimaguadas’, que cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Gáldar, permanecerá abierta con entrada gratuita de lunes a viernes, de 9:00 a 18:30 horas, así como los sábados y domingos, de 10:30 a 18:30 horas. Dicha exposición recorrerá con posterioridad otros municipios de la isla.
Las contundentes figuras de Octavio del Toro ocupan con sus volúmenes todo el espacio disponible en la arpillera que utiliza como base para las obras que conforman esta muestra.
Harimaguada o maguada era el nombre con el que se denominaba a una serie de mujeres dedicadas, entre otras cosas, a ciertos rituales y al culto entre los antiguos canarios. Eran intermediadoras entre lo terrenal y lo divino, siendo unas figuras muy respetadas por la sociedad de aquel momento. La visión particular del artista sobre su figura y el lugar que ocupaban en la sociedad prehispánica centra la reflexión sobre la que gira esta exposición. “Para mí constituyen la representación de la importancia de la mujer”, explica del Toro, “tanto en aquella sociedad como pienso que, actualmente, en la nuestra”.
La interpretación que el pintor grancanario lleva a cabo de estas mujeres sacerdotisas en forma de figuras, ídolos y estatuillas se caracteriza por la recreación de sus rutinas. En las imágenes del artista (acrílicos sobre arpillera de distintos tamaños) las harimaguadas realizan sus rituales, sus ceremonias de verter leche, manteca, (quizás agua) en cazoletas, entre riscos, en medio de un paisaje no por más o menos inventado, sí reconocible, de montañas, roques, dragos, palmeras y tabaibas. “Me pregunto si, ante los sobresaltos en los que vivimos actualmente día sí, día no, no necesitaríamos otra vez de la intervención de esas harimaguadas”, reflexiona el pintor.
El indigenismo de Antonio Padrón es uno de los principales referentes para Octavio del Toro que, iniciado primero en la escultura, desarrolla su actividad artística de forma paralela a su labor como docente en la emblemática Escuela Luján Pérez, cuna de la formación de las mejores generaciones de artistas que ha dado la isla. El misterio del mundo íntimo femenino y el misticismo son dos temas recurrentes en esta corriente artística. En el caso del galdense Antonio Padrón, se personifica en la figura de la santera, mujer que representaba el mundo espiritual y oculto del universo femenino tradicional en Canarias.
Trayectoria de Octavio del Toro
Octavio del Toro nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1966. Comienza en edad temprana a interesarse por la escultura, ingresando en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Las Palmas graduándose en la especialidad de Volumen (Vaciado/Modelado).
Complementariamente, amplía su formación en fundición a la cera perdida en la misma escuela. Se decanta por la pintura y, apoyándose en sus conocimientos del volumen, explora los contenidos estéticos de la corriente del indigenismo.
Su inquietud finalmente le lleva a ingresar como alumno en la Escuela Luján Pérez. Desde 1998 ha ejercido la actividad como docente en dicha escuela en la especialidad de Dibujo-Pintura, así como en La Fundación Luján Pérez de Santa María de Guía.
En su obra, Octavio del Toro ofrece al espectador la oportunidad de enfrentarse a su propio y rico mundo de imágenes. Las figuras reinan en el espacio acotado del lienzo, ocupan el escenario de cada uno de ellos con una presencia contundente y nítida. El artista, a lo largo de años de trabajo y de investigación, ha ido construyendo y elaborando su propio mundo, un universo fácilmente identificable, poblado de unas figuras características, magníficamente dibujadas, de grandes cuerpos plenos que casi ocupan todo el espacio, reutiliza y reinterpreta elementos de la tradición cultural y de nuestra realidad insulares y les da un nuevo enfoque y una nueva vida.
Las figuras tienen una apariencia voluminosa, conseguida con la utilización de los colores que, en matices de una gama muy personal, van creando esas superficies amplias. La técnica comúnmente escogida es el acrílico sobre arpillera con brocha, utilizada ésta con tanta habilidad que a primera vista parece un trabajo realizado con aerógrafo, tal es la maestría alcanzada por el pintor en el manejo de ese instrumento.
Los rotundos volúmenes delineados por Octavio del Toro invitan a involucrarnos en su mundo de figuras y figuraciones; participemos en el juego y figuremos nosotros también en este denso y silencioso mundo de paisajes básicos, poblados de personajes tratados con un humor sin sarcasmo, de colores intensos y refinados.