La popular y veterana emisora de radio "Radio faro del Noroeste" sigue su proyección hacia una mayor ampliación de su cobertura.
Si en alguna época del año la rendición de las masas a las consignas del poder se hace notar estruendosamente es en las llamadas “navidades”, término que se ha convertido en plural porque se celebra repetidamente a lo largo de todo el interminable mes de diciembre. Considerando que la fábula cristiana cuenta el episodio del nacimiento de un niño en una sola noche decembrina -suponiendo que sea esta la época en que se produjo- la multiplicidad de celebraciones, festejos y borracheras, es el negocio mejor pensado del capitalismo occidental
Esta crítica que aquí vierto se repite ya en varios espacios, sobre todo por aquellos reaccionarios que echan de menos el objetivo religioso que tenía en tiempos pasados, especialmente bajo la dictadura franquista. Pero viendo como en la sociedad actual ha disminuido palpablemente la extensión y difusión de las creencias cristianas, el sistema capitalista se ha adaptado rápida y eficazmente al escepticismo e indiferencia religiosos que se implantaron después de la Revolución Francesa, origen de la quiebra del fervor cristiano medieval.
La sociedad industrial, que crea las organizaciones de trabajadores que lograron el triunfo de algunas revoluciones que intentan sustituir el sistema de lucha de clases capitalista, rapaz y explotador, por la utopía de la igualdad socialista, ha dado de lado las fantasías religiosas. Y aunque se sigue financiando a la Iglesia católica porque al poder interesa su apoyo, y el 30% de las plazas escolares sigue siendo propiedad de las órdenes eclesiásticas, la mayoría de la sociedad prefiere asistir a las cenas de empresa que a la misa del gallo.
¿Eso explica que, durante treinta días y más, se paralicen las actividades políticas y culturales de las ciudades, especialmente de la llamada izquierda, porque desde el 21 de diciembre hasta después de Reyes, las masas enfebrecidas obtienen más gratificación haciendo cola en la calle a 0 grados de temperatura en la puerta de las expendidurías de lotería y en las cafeterías, para tomar chocolate con churros, que yendo a la iglesia o a los encuentros políticos. Y esto es así porque la alienación brutal a que han sido sometidas las clases populares ha dado sus frutos. Los resultados electorales muestran el éxito de esa estrategia, organizada y montada desde el final de la Guerra Civil, que ha continuado con la llamada democracia instaurada después de la Transición.
Las críticas, suaves, al consumismo de estos días, son débiles balbuceos de algunas plumas menos conformistas, ratificadas por las cartas al director, enviadas por añorantes del espíritu religioso de siglos pasados. Consumismo que exhiben orgullosísimos los gobernantes de todas las ideologías. Estamos en la cúspide de los beneficios que nos trae el turismo desbocado -que ya ha recibido algunos desdenes con manifestaciones ciudadanas- y los comercios hacen su agosto en diciembre. ¿De qué voy a quejarme yo?
Pues de que la izquierda, esa que se supone crítica del poder desde la perspectiva de seguir reclamando igualdad de derechos, mejor reparto de la riqueza y avance del feminismo en un final de año que ya ha sumado dos asesinatos más de mujeres, se ha adaptado también a lo que llamamos las “navidades”. Da igual que se autotitule socialista, populista o feminista, los dirigentes y muchas que fueron luchadoras en el siglo pasado, consideran normal cancelar todas las reuniones, conferencias, asambleas o congresos programados, y necesarios, y someterse al estribillo de “estamos en navidades”, “en diciembre no se puede hacer nada, ya se sabe”, para gastarse el poco pecunio que suelen tener, en cenas de “Nochebuena”, comidas de “Navidad”, celebración de la “Nochevieja”y regalos de “reyes magos”, relato cuya significación es fundamentalmente reaccionaria, que le enseñan a sus propios hijos. Comunistas había que me defendían el cuento porque era bueno para los niños que necesitan creer historias mágicas para aumentar su capacidad de imaginación.
Que ese relato signifique el primero y general engaño que sufren los niños, perpetrado por sus propios padres, no tiene importancia. Con esos mimbres se ha forjado la moral privada y la general. Pronto se aprende que la mentira y la traición son conductas aceptadas por toda la sociedad, incluyendo aquellos que presumen de sus esfuerzos por transformar este mundo, mientras llevan a sus hijos y nietos a deslumbrarse en las cabalgatas que organizan las administraciones, y los acuestan pronto para que no se den cuenta de los paquetes de regalos y juguetes que están en el comedor de la casa, y que a la mañana siguiente les contarán que los han llevado los sabios y poderosos reyes que han recorrido volando sin aviones todo el planeta, para que los infantes vayan acumulando historias necias en su acervo intelectual. No es de extrañar que tengan tan bajas notas en comprensión lectora y matemática que son las que enseñan a pensar.
Recuerdo, cuando a mis 5 o 6 años, ante las dudas que habían introducido en mí las compañeras del colegio que eran algo mayores, sobre la autoría de los regalos de “reyes” le pregunté coercitivamente a mi madre quiénes eran esos personajes que proporcionaban juguetes el 6 de enero, y la insté imperativamente: “Dime la verdad, mamá, dímela”, y ella, ante aquella instancia, me respondió: “son los padres, niña, claro”. La decepción que me sacudió se consoló enseguida al constatar que de mi madre siempre podría fiarme.
Resulta un escándalo que me niegue a tragarme las doce uvas de medianoche que considero una estupidez y me sientan mal. Tengo que aguantar la indignación que suscitan mis críticas en mis compañeros y amigas, y sus rebuscadas y burdas explicaciones de por qué ellos mantienen “las tradiciones”, con un talante mucho más comprensivo y tolerante que el mío, siempre tan radical y tan hosco. Aunque también se quejen luego de los resultados electorales, de la ausencia de juventudes en las organizaciones sociales, y los más leídos, de la banalidad y frivolidad de los “intelectuales” de hoy.
Si quiero pasar estos interminables días y extenuadoras noches de las “navidades” en compañía de amigas y amigos con los que comparto ideología, actividades y muchas y largas luchas por cambiar la sociedad, tengo que gastar ingentes cantidades de dinero en comidas peligrosas para la salud y regalos que nadie necesita, aguantar interminables encuentros donde los temas que se tratan están tan manidos y vulgares que no tienen interés alguno, y evitar cualquier crítica de lo que estamos haciendo si no quiero provocar una agria discusión como final de la fiesta. Se convertiría en un fracaso rotundo que programara el congreso del Partido Feminista el día de navidad.
Recuerdo la indignación de mi abuela, Regina de Lamo Jiménez, cuñada de Rosario de Acuña, líder del movimiento anarquista, sindicalista y cooperativista, cuando soltaba trenos contra sus compañeros de lucha e ideología que llevaban a sus hijas a colegios religiosos porque las educaban mejor, y repetía: “Estos son ateos gracias a Dios”.
Pero a quién y cómo y por qué pido coherencia a los que presumen de opositores al orden establecido. Al fin y al cabo, me contestan, no hay que ser tan rígida en cuestiones sin trascendencia como estas. Los niños se divierten, las abuelas rompen la monotonía de su vida enclaustrada en el comedor de su vivienda, las amas de casa exhiben sus conocimientos culinarios y las esposas disfrutan de la compañía de los maridos, sin temor de que se vayan al prostíbulo antes de terminar la cena. Después, es inevitable.
Y en estos días “santos”, familiares, de reencuentro de los que viven separados y en ciudades alejadas, donde todos los mensajes públicos, incluso de los medios estatales, hablan de familias que se reúnen para celebrar el amor universal, es cuando se produce el mayor número de agresiones machistas y de maltrato infantil. Y las televisiones, públicas y privadas programan las películas de las noches que tratan los crímenes más horrendos y repiten las investigaciones detectivescas más violentas y manidas de la historia del cine. Ah, y los prostíbulos están llenos de clientes.
¡Cuanto perderíamos económicamente si aboliéramos “las navidades”. ¿Habrá algún gobierno que se atreviera a semejante perturbador escándalo? Ni siquiera a introducirlo en su programa y hacerlo público. Y las feministas y los sindicalistas, socialistas y comunistas, de la actualidad “woke”, ¿están de acuerdo?