La popular y veterana emisora de radio "Radio faro del Noroeste" sigue su proyección hacia una mayor ampliación de su cobertura.
1969 fue un año extremadamente convulso para la Historia de nuestro país y por ende para Europa. Todavía coleaban las consecuencias del Mayo francés del año anterior y, tras la designación de don Juan Carlos de Borbón como heredero a Título de Rey, España se encaminaba a un futuro prometedor. Los Planes de Desarrollo y el turismo iban ganando terreno con un presente lleno de cambios
Telde y su comarca se desperezaban de un más que aparente letargo, por mucho tiempo mantenido; en donde la agricultura y la ganadería eran las formas de subsistencia más generalizada. La inmensa brecha, siempre abierta entre ricos y pobres, se suturaba a base de nuevas ofertas laborales: Mayor cantidad de fanegadas dedicadas a los cultivos de exportación (Plataneras, tomateros e invernaderos de plástico, para en el interior de estos últimos, producir a mansalva flores, plantas ornamentales, pepinos, pimientos, etc.). La construcción ocupa a gran cantidad de mano de obra juvenil, pues no en vano estamos ante el primer boom turístico. Se cuentan por miles las personas que migran, desde los lugares más recónditos de Gran Canaria hacia la por entonces Capital del Sur: Telde.
Entre los pagos de la Higuera Canaria y San Roque, ha existido, desde tiempos de la preconquista castellana, un lugar habitado entre cuevas y bancales de cultivos para la subsistencia, así como apriscos y otros espacios habilitados para guarecer el ganado caprino y ovino: La Gavia. Allí, nació en el anteriormente ya citado año de 1969, el protagonista de una notable historia de superación personal: Fernando González Cruz, a quien tuvimos el gusto de conocer a través de un amigo común. Un buen día, hace ya unos meses, me vinieron a ver a mi casa del Barrio Conventual de San Francisco, aquí en Telde. Tras una breve salutación, prontamente surgió la magia de la tertulia, en la que intercambiamos experiencias vividas por unos y otros, desembocando en la necesidad, diríamos imperiosa, de trasladar a papel todo lo dicho y más, en forma de libro.
Fueron momentos de extremada cordialidad y, si me lo permiten, hasta de complicidad. Nuestros mundos eran bien distintos, pero eso no mermó ni un ápice de empatía en nuestro proceder. Yo, hijo de comerciante-banquero del barrio mercantil de Los Llanos. Él, hijo de un agricultor del barrio, entre montañas, de La Gavia. Todo lo visto y vivido en los primeros veinte años de mi vida, nada tenía que ver con la biografía infantil y juvenil de Fernando, pero algo nos unía, desde muy al principio: nuestro amor por la tierra y por los animales que en ella habitan.
Pronto descubrí un hombre de férreas convicciones, ético-morales, educado a la vieja usanza por sus padres, quienes les enseñaron que no hay éxito sin sacrificio previo y, aunque cueste mucho, el trabajo honrado y las ganas de superación son el camino imprescindible para tener una vida realmente provechosa. Así, siendo sólo un mozalbete dedicó tiempo, el poco que le quedaba, entre trabajo y trabajo, a desarrollar sus dotes físicas encaminándose por la angosta y tortuosa senda de los deportes de autodefensa, también llamados artes marciales.
Me lo imagino, aún niño cargando sobre sus hombros, parvas de hierba y sacos de papas; corriendo y saltando por doquier, entre campos plantados de millo, calabazas, papas, etc. Yendo a echar de comer a las cabras, a los conejos y a las gallinas. Ir a buscar agua no era deporte, era necesidad, pero portearla añadía un plus a aquellos músculos que poco a poco fueron aumentando en volumen. La comida sana, en donde nunca faltó la leche y el gofio, el aire puro del campo y los juegos infantiles con hermanos, primos y vecinos, le dieron la agilidad suficiente para con el tiempo conformar un físico atlético, que ha sido y es admirado por personas de las más diversas disciplinas deportivas, en las que ha brillado con luz propia.
La Isla le quedó pequeña, el Archipiélago muy limitado… Así que, un buen día, cogió sus escasas pertenencias y se marchó a recorrer mundo: Primero, a la Península, después a Alemania y otros países europeos, hasta que dio el gran salto, que todo deportista especializado en artes defensivas ambiciona: Asia y, en ella, sus largas estancias en Tailandia, China y otros países del entorno.
El joven, supo administrar sus fuerzas, sus talentos, sus tiempos, también la felicidad y el dinero que todo ello le propinó. Y de nuevo en Gran Canaria, nuestro biografiado toma la iniciativa de convertirse en empresario, luchando por posicionarse en el mercado laboral con varias empresas de muy distintos ramos, aunque casi siempre dedicadas, principalmente, al sector servicios.
La promesa de ser un hombre de provecho que le había hecho a sus padres cuando se fue de casa para abrirse al mundo, estaba siendo cumplida… Ahora, ha llevado a cabo con destreza y eficacia uno de sus sueños: El ver su vida y su obra impresa, no tanto para satisfacción personal como para servir de ejemplo a los niños y jóvenes de hoy en día, a los que tantas veces, creemos huérfanos de ideales y de motivaciones. Su lema bien pudiera ser, Todo se supera cuando se antepone el sacrificio personal y se utiliza como arma el esfuerzo abnegado. Mucho más podríamos decir de este teldense al que acompañamos el pasado jueves 21 de septiembre, en la presentación de su biografía, realizada a su dictamen por la graduada en Historia y Máster en Gestión Cultural, Luz Marina Delgado Hernández.
El lugar elegido para tal evento no fue otro que el Pabellón Rita Hernández. Ese día, a partir de las 19:00 h. nos reunimos cientos de personas, procedentes de muy diversos lugares para homenajear a este hombre noble, luchador insaciable, que merece ser reconocido públicamente por las autoridades, locales e insulares. No estaría de más que por parte de nuestro consistorio y el cercano 7 de noviembre (fecha en la que se cumple 672 años de la Fundación de nuestra Ciudad por la Bula Papal Coelestis Rex Regum del Papa Clemente VI) se le entregue la bien ganada Medalla al Mérito Deportivo.