La popular y veterana emisora de radio "Radio faro del Noroeste" sigue su proyección hacia una mayor ampliación de su cobertura.
La televisión pública, como servicio financiado por todos, tiene la responsabilidad de ofrecer contenidos que reflejen el respeto a la diversidad de creencias y sensibilidades de su audiencia. Sin embargo, en el reciente programa de fin de año, fuimos testigos de un lamentable episodio protagonizado por una de sus presentadoras. En una parodia que pretendía ser humorística, la conductora utilizó una imagen del Sagrado Corazón de Jesús de una manera que muchos consideran irrespetuosa y ofensiva
Esto nos lleva a una pregunta inevitable: ¿Es necesaria tanta zafiedad y vulgaridad para triunfar? Parece que en ciertos sectores existe la creencia de que el escándalo y la provocación son ingredientes esenciales para captar audiencia. Pero, ¿a qué precio? El derecho a la libertad de expresión es indiscutible, pero cuando este se ejerce desde la grosería y el menosprecio hacia los sentimientos religiosos, se convierte en un ejercicio de irresponsabilidad.
La parodia en cuestión no solo careció de gracia, sino que dejó en evidencia una preocupante falta de talento. Eres zafia. Eres vulgar. Así podría resumirse la actuación de quien parece haber olvidado que la verdadera grandeza del humor radica en su capacidad de unir, no de dividir. Atacar símbolos religiosos, ridiculizarlos y banalizarlos con el pretexto del entretenimiento, resulta una estrategia fácil y, a menudo, carente de ingenio.
El problema no reside únicamente en la burla. Lo verdaderamente preocupante es la selección de los objetivos. Da la impresión de que solo atacan a los que ponen la otra mejilla. Rara vez vemos parodias que apuntan hacia otros colectivos con la misma intensidad, lo que sugiere una lógica de provocación selectiva. ¿Se atreverían con la misma ligereza a burlarse de otros símbolos sagrados que cuentan con defensores más intransigentes? Difícilmente. El respeto no debería depender del temor a las consecuencias, sino del reconocimiento mutuo y la empatía hacia el otro.
El humor crítico tiene un papel fundamental en la sociedad. Despierta conciencias, denuncia injusticias y permite visibilizar problemáticas sociales. Pero cuando se convierte en un simple acto de ofensa gratuita, pierde su razón de ser. La televisión pública debería aspirar a ser un espacio de encuentro y diálogo, no un escenario de provocaciones banales que siembran discordia.
Este episodio es una oportunidad para reflexionar sobre los límites del humor y la necesidad de construir un entretenimiento que no se base en el agravio ajeno. No se trata de censura, sino de buen gusto y responsabilidad. La crítica es necesaria, pero también lo es la autocrítica. Quizá, en lugar de buscar el aplauso fácil a través de la ofensa, algunos deberían preguntarse qué están aportando realmente a la sociedad con sus actuaciones.
El respeto no está reñido con el humor. La inteligencia y la creatividad pueden ofrecer espectáculos memorables sin recurrir a la zafiedad. Ojalá este incidente sirva para recordar que la calidad y el respeto son aliados, no enemigos, en la búsqueda de un entretenimiento que enriquezca a todos.