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Con categoría de bien inmaterial en el ámbito de Canarias, al ser una práctica que se ha mantenido en las islas de Lanzarote y Tenerife
Era una labor realizada por mujeres de condición humilde, casi siempre en zonas rurales, para complementar su precaria economía familiar
El Gobierno, a través de de la Dirección General de Patrimonio Cultural, ha incoado el expediente para que sea declarada Bien de Interés Cultural Inmaterial, en el ámbito de Canarias, la técnica artesanal de la Roseta, una práctica que se ha mantenido en las islas de Tenerife y Lanzarote, dada la importancia cultural, artesanal, social y económica que tuvo esta práctica.
Los estudios realizados indican que la protección de esta técnica artesanal debe ser a nivel de Canarias, por ser la misma la misma en todas las partes donde se ha desarrollado, y que a día de hoy se sigue manteniendo en Lanzarote y Tenerife desde su comienzo. No solo tienen en común la misma técnica sino también la forma de repartir la materia prima, la selección de motivos o la recogida una vez terminado el producto.
En ambas islas esta artesanía textil se la conoce como rosetas o rosas y siempre fue un tipo de encaje familiar, que se transmitía de una generación a otra y que permitía su trabajo sin abandonar el seno familiar. En ocasiones se llegaron a crear auténticos talleres en las casas de la propietaria.
Era una labor realizada por mujeres de condición humilde, casi siempre en zonas rurales, que gracias a estos trabajos podían complementar su precaria economía familiar. Debido a que no exige tener un amplio espacio para su desarrollo ni maquinaria especial, salvo agujas e hilo, se hacían en casa, en un horario de tarde-noche, una vez acabada las tareas del hogar o del campo. En ocasiones se reunían en los patios de las viviendas varias mujeres y aprovechaban la ocasión para hablar de lo que pasaba en su entorno. Pero cuando llegaba la noche se echaba mano del quinqué y seguían trabajando para finalizar los encargos recibidos a tiempo.
Estas mujeres contribuían a los escasos ingresos a la economía familiar, las ganancias no eran equiparables al tiempo y modo de producción que se dedicaba a la elaboración de rosetas, pero en épocas de escasez todo era válido para salir adelante.
Las artesanas estaban especializadas en modelos sencillos y era la dueña del taller la especialista en hacer otras rosetas más complicadas y las labores de presillado o de unión para formar los paños. Lo curioso es que el número de roseteras era difícil de calcular porque en los censos del momento se las consideraba amas de casa o sus labores y no aparecía este trabajo, pero sí las contabilizaban las empresas comercializadoras en sus libros de cuentas, donde aparece el nombre de la artesana y su especialidad.
A nivel general, había dos formas de recibir el pago por el trabajo, o bien lo hacía la intermediaria, personas que llevaban hilos y modelo y recogía el producto finalizado o a través de las ventitas del pueblo, conocidas como de aceite y vinagre, donde las artesanas llevaban su producto a cambio de alimentos u otras necesidades y luego era desde allí donde se llevaba a las empresas.
En la correspondencia consultada de los exportadores de mayor relevancia en Lanzarote, se ha podido también constatar que no siempre se las conocía con el nombre de roseteras, pues también se las llama operarias o jornaleras.
Si se presta atención a la técnica en sí, se observa que no hay diferencias entre islas, aunque para denominar la base, en Lanzarote el pique es de base de metal redonda o cuadrada, con los orificios donde se insertan los alfileres siguiendo la forma de la pieza deseada que luego se coloca sobre la pelota rellena de arena. Mientras que en Tenerife, el pique es toda la base y la parte superior donde se hacen los orificios para los alfileres es de cuero o escay. En cuanto a los motivos, suelen ser similares, aunque cambia su denominación entre islas pero también entre los pueblos de las islas donde se realiza la práctica.