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En la noche de este viernes, 2 de agosto, se celebró el pregón de las fiestas de San Roque 2024, por el ministro de Política Territorial y Acción Democrática Ángel Víctor Torres Pérez.
Estimadas autoridades,
Muy buenas noches.
Quiero, en primer lugar, agradecer a la Corporación del ilustre Ayuntamiento de Firgas, con su alcalde a la cabeza, el haberme invitado para pregonar las Fiestas de San Roque de 2024. Ciertamente, he de reconocer la inicial sorpresa que me produjo la llamada para ver si quería ser el pregonero, pero también he de reconocer igualmente que, de manera inmediata, dije que sí.
Muchísimas gracias.
Y dije que sí por distintas razones.
Primero, porque es un honor; segundo, porque Firgas ha sido siempre un municipio cercano a mis vivencias. Mis vivencias de niño y de joven. También las presentes.
Y la más importante, porque siempre he creído, y así lo he manifestado, que un pregonero o pregonera deben serlo de aquellos espacios, barrios, pueblos o lugares que hayan formado parte alguna vez de su vida. Que un pregón debe recoger momentos vitales determinados, felices o no, pero indisolublemente unidos a nuestro existir.
Y eso me ha ocurrido, me ocurre, y estoy seguro me seguirá ocurriendo con el municipio de Firgas.
Viven ustedes, quienes me escuchan y son de aquí, en un lugar que me gusta definir como “lugar autentico”. Me explico.
Un lugar que no es de cartón piedra; que no vive de la superficialidad, que está hecho de gente de campo, humilde, honrada, trabajadora; de las que sabe que una palabra dada es un contrato. Este lugar, Firgas, no es un lugar de plástico.
Bien al contrario.
Es un pueblo de gente que se saluda, que se acompaña, que conoce y comparte los buenos ratos, y también los duros, de los vecinos con los que convive.
Aquí no valen las apariencias.
Están acostumbrados a la labor diaria, esforzada, al contacto con la tierra, con la naturaleza, con las cosas que merecen la pena. Y eso deja huella.
Huella de la buena.
Por eso también viven las fiestas de una manera especial, como lo que son: fechas excepcionales. Días para reunirse con los familiares y comer juntos; para corretear por las calles, para acercarse a las berreras; para disfrutar, reír, comer, beber y ofrendar en una de las más populistas y populares romerías de la isla.
Días marcados en el calendario.
Lo recuerdo de siempre: de ahora, que me acerco a una edad como para tenerle un, digamos, cierto respeto: los 60 años; como cuando era un niño.
Los olores de las jareas, de los algodones de azúcar, de la carne en las barbacoas, de la muchedumbre en algarabía, de las conversaciones entre un pizco y otro pizco de ron, de vino, de compañía, de sonrisas.
De llegar a casa tarde, cansados, rendidos, pero dichosos.
Me recuerdo de joven subiendo desde mi barrio, la Goleta, a pie, por el Lomo San Pedro y el Angostillo para llegar a la Cruz de Firgas y, de ahí, bajar hasta alcanzar, dejando atrás el cementerio, el corazón del casco del municipio. Lo hicimos varias veces, apostando internamente con nosotros mismos que éramos capaces de llegar, subiendo y subiendo, para luego descender -ahí ya normalmente en guagua- y regresar a nuestras casas.
Nos íbamos, éramos adolescentes, a comer el mundo.
Luego descubrimos que eso, comerse el mundo, no era tan fácil.
Y me recuerdo, más atrás aún, siendo niño, viviendo, disfrutando, incluso con inesperadas y maravillosas sorpresas, de las Fiestas de San Roque.
Hoy haré aquí, ante ustedes, una confesión. Siendo niño, mis padres vinieron a disfrutar de la víspera del día grande de San Roque en una ocasión que jamás olvidaron. Vinieron; vinimos, en otras, pero aquella, que tengo viva en mi memoria, nunca la olvidaré; nunca mis padres la olvidaron.
Había rifas, como todos los años. Y, en aquella ocasión -de esto hace, señores, cerca de 50 años-, se rifaba un arco muy especial: un coche. Un coche precioso. Rojo. Un mini resplandeciente que estaba aquí, colocado en medio de la plaza, reluciente.
Los bombillos rojos -entonces, lo recuerdan, la luz era de 125- iluminaban la zona de baile, porque la plaza era, también, una zona de baile. Mis padres disfrutando en espera de los fuegos. Y, entonces, desde un megáfono, un señor, seguro que miembro de la comisión de fiestas, dijo una frase imborrable. “Quedan los últimos números para el coche, anímense, ya vamos a cerrar; el coche se va a sortear.”
Mi madre, lo recuerdo como si fuese ayer, le dijo al que, con el tiempo, terminé llamando cariñosa y amorosamente “mi viejo”. Le dijo, “compra unos números, anda”. Para qué, si no va a salir, respondió él. “Cómpralos”, repitió quien sabía cómo decir la última palabra.
Y se compraron.
Fueron, créanme, los últimos.
Y el sorteo se produjo.
Y esa noche vi a dos personas, que siempre serán de las que más querré, llorar de alegría. Porque nos ganamos el coche. Sí: nos lo ganamos. Tuvimos la suerte del último instante. Y los ojos de aquel niño que nunca me resistiré a abandonar, llenos de ilusión por conocer, aprender, saber cosas nuevas, se iluminaron ante la sensación desconocida de una felicidad inesperada.
Supongo que aquel coche, que fue vendido, pues ya teníamos un Simca, y solo había -qué distinto a ahora- un carné de conducir en la casa, el del padre, sirvió, con el dinero de su venta, para tapar agujeros en una familia humilde, que llegó a tener 4 hijos, quien les habla y 3 hermanos, más una tía que vivía con nosotros; familia que, por supuesto, tiraba de los ‘fiaos’ en las tiendas, de las libretas de apuntar, de ayudarnos -nos ayudábamos entonces mucho la familia, los tíos, abuelos, amigos- siempre.
Aquel día fuimos ricos… Ricos de ilusión.
Que es, amigos, la mejor de las riquezas.
Volvimos, volvieron, muchos años más mis padres a estas fiestas de San Roque. Cierto que ya no hubo más Minis, aunque seguía habiendo rifas, ni otros premios, pero eso daba igual: la fidelidad y lealtad de esa pareja que siempre fueron mis padres, y qué bonito es decir que siempre, siempre fueron pareja, pues significa mucho más que una palabra, la lealtad, como digo, fue permanente.
La vida, así lo creo, es sorber cada momento de felicidad y dicha como si fuera el mejor. Incluso el único. La vida es mirarse por dentro y decir, decirnos: hoy sí. Hoy esto merece y mucho la pena.
Y vivir merece la pena.
Cierto que un día se pone el punto, no sé si final o definitivo, pero sí el punto en que la física presencia desaparece. Y echamos de menos a los que se nos fueron.
Pero vivir es lo contrario: es revivir esos instantes, como yo estoy haciendo ahora, recordándome niño entre mis queridos padres, y, como digo, sentirme bien, en paz, por dentro.
Recordar es un sano ejercicio.
Transportarse a la niñez, a la infancia, a la juventud es, sin duda, rejuvenecer.
Por eso les invito a que lo hagan.
Las fiestas de San Roque de años atrás, incluso aquellas que en nuestra alma están en blanco y negro.
Beber, sí, los rones de nuestra tierra, el agua que tiene el nombre de este municipio, Firgas, los Vaya Vaya, los Royal Crown, los viejos envases de nuestra cerveza, los vinos ‘abocaos’, el whisky de siempre.
Recordar que, entonces, hay ya menos, nos llegaban los olores también de tabaco, el puro, el cigarro liado o el envasado. Los Mecánicos o los Kruger, junto a los más sofisticados de nombres anglosajones o americanos.
Los partidos de fútbol en el viejo campo, el de siempre, el que tenía, y tiene, hermoso aspecto de campo de fútbol inglés, en las afueras, camino del Barranco de Las Madres, en el que jugué siendo infantil, juvenil y regional, incluso en veteranos, en mañanas y tardes de fin de semana inolvidables, a pesar de que hubo dolorosas derrotas; también épicas victorias.
Qué no daríamos algunos por enfundarnos un equipaje y disfrutar de 90 minutos de juego, sin miedo a rompernos, porque los cuerpos, simple y llanamente, ya no son lo mismo.
Recordar es revivir.
Es saber que a las fiestas de San Roque se venía, en la primera mitad del siglo pasado, en monturas: caballos, burros, carros. Que luego llegaron los primeros vehículos a motor; que Firgas se desgajaba como municipio propio de la vecina Arucas; que se venía básicamente por senderos o caminos reales, luego, por la empinada subida de La Goleta para, más tarde, hacerlo por Cambalud.
Que no creo que cualquier tiempo pasado, como decía el poeta, sea mejor, pero sí que aquellas mujeres y hombres que trabajaban la cochinilla, la agricultura o la ganadería se merecen todo nuestro respeto y admiración, y que, con el paso de los años y décadas, se han dado logros importantes y avances indudables.
Que hoy es internet quien domina todo y estamos interconectados con cualquier persona en cualquier lugar del planeta.
Que, sin embargo, antes, nuestras teles, y las tuvimos en casa siendo ya adolescentes, eran en blanco y negro, y solo con un canal. Que el boliche o el churro eran nuestros juegos y ninguno era interactivo. Que los teléfonos solo estaban en casa, que de ahí no podían salir, y que marcábamos dando vueltas a una esfera que parecía no tener fin. Que crecimos con Mazinger Z o Heidi, la de entonces, la primera. Que Pipi Calzaslargas era nuestra heroína y la señorita Rottenmeier nuestra Cruella de Vil.
Que Gabi, Fofó, Miliki y Fofito nos transportaban al mundo del circo, al de la Aventura.
Que sí: que queríamos, ansiábamos, deseábamos y éramos inocentes niños felices.
El tiempo ha pasado, pero en nuestros huecos del alma sigue perenne, sigue viva, esa edad de la inocencia.
Que cada uno, cada cual, ha seguido su senda; ha cogido el camino que la existencia le ha marcado. Hemos superado cruces llenos de duda. Hemos avanzado sin saber si era lo correcto, pero sabiendo, o al menos debiéramos saberlo, que, en muchas ocasiones, la mayoría no hay marcha atrás. Que vamos consumiendo, sí, vida, pero que nos queda aún trecho por consumir.
Que, en mi caso, me ha llevado a ser alcalde de mi municipio; incluso vicepresidente del Cabildo de nuestra isla o presidente de nuestra comunidad canaria. Que hoy formo parte, como ministro, del Gobierno de España.
Que hay muchas cosas en las que pude influir, decidir, apostar, que han mejorado la vida de la gente. Que recuerdo cuando estaba empantanada la II Fase de la Circunvalación, fundamental para Arucas y Firgas, llegar a un acuerdo los dos alcaldes para colocar la primera piedra en Firgas y poder arrancar una obra que ha acercado a ambos municipios a la capital. Y eso se hizo bien. A la vez que hay labor aún por hacer.
Y que cuando, por fin, se abrió esa carretera las lágrimas eran de alegría. Porque sí: las lágrimas, lágrimas son. Pero nada tienen que ver las que nos arranca el alma ante el dolor por la pérdida de alguien con las que brotan como manantial ante un hecho dichoso.
Aunque llorar siempre alivie, que sean siempre muchas más estas últimas.
Hoy, este rato, esta lectura, este dialogo, esta conversación compartida, me ha hecho feliz. He procurado ser siempre el mismo: el vecino que venía a Firgas, el mismo que les recibía en mi municipio, el que disfrutaba junto a los demás de la fiesta, que lo hacía y lo hace con lo más preciado: la familia y los amigos.
Curiosamente vivo cerca de aquí, en el Zumacal, cerca de la fábrica de Aguas de Firgas. La vida de mi hijo y mi mujer, que aquí hoy me acompañan, y la mía están también unidas a Firgas. Seguiré callejeando por estos rincones, como hago hoy, como lo he hecho muchos fines de semana, como lo hice en la víspera de Reyes de este año: por cierto, fiestas muy participadas y exitosas.
Seguiremos siendo vecinos.
Entretanto, a disfrutar de las Fiestas de San Roque de Firgas. Que cunda la alegría. Que nos reunamos las familias para brindar por la salud de los que estamos, y mandarles un infinito y eterno abrazo, imposible en lo físico, pero mágico, desde el corazón, a quienes compartieron su vida con nosotros y solo quisieron nuestro bien.
Que la vida y vivir es maravilloso.
Que los fuegos artificiales inunden nuestros cielos.
Que la música alegre nuestras almas.
¡Viva la Villa de Firgas!
¡Vivan las Fiestas de San Roque!