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Texto íntegro del discurso de Amado Moreno durante la presentación de una biografía sobre la dama guiense, con la firma del investigador Sergio Aguiar
“Agradezco en primer lugar la invitación a participar en este acto, aunque no la solicité. Incluso traté inicialmente de alejar de mí este cáliz, que es como siento toda exposición pública o mediática no deseada. Mi esfuerzo fue vano. Siempre acabo cediendo por la imposibilidad de rechazar la insistencia de un amigo o amiga, en este caso Sergio Aguiar. Cuesta aún más denegar el compromiso cuando me consta que se trata de reconocer un trabajo concienzudo y serio, como este que hoy nos convoca para presentar una vasta biografía sobre una ciudadana notable del municipio guiense del siglo XX, Eusebia de Armas Almeida.
Como se demuestra a través de las páginas de la novedad editorial, la protagonista femenina sobresale y deja huella no por ser un antecedente de la Sra. Preysler (icono ésta de una parte de la sociedad actual). No.
Doña Eusebia pasa a la historia no por una superficialidad glamurosa, pasa a la historia por su decidido afán de servicio a la sociedad de su tiempo, cuando queda viuda de su esposo militar y oficial de la guardia civil, muerto en San Sebastián, apenas iniciada la guerra de 1936.
Doña Eusebia de Armas, lejos de rendirse o deprimirse en aquellos años convulsos y de penuria en la posguerra, busca y da sentido a su vida con un sueño que seguramente había abrigado mucho antes. Un sueño de impulso plenamente altruista que la anima a invertir su fortuna en un ambicioso proyecto educativo. Se traduce en la construcción de un monumental centro docente de singular esteticismo arquitectónico, y destinado a la atención especialmente de los niños más necesitados de la época. Confiaría con entusiasmo la futura labor a la congregación salesiana, tras contrastar diversidad de estamentos y opiniones, coincidentes todos en valorar positivamente a la comunidad de Don Bosco como la mejor posicionada para ofrecer enseñanzas de artes y oficio, equivalentes a lo que hoy conocemos como Formación Profesional.
Con la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido y los datos que brinda esta estudiada y minuciosa obra, podría afirmarse sin rodeos que los discípulos de Don Bosco, pese a su extraordinaria labor de formación en el ámbito escolar, fueron obligados a abandonar su tarea en el centro que le había encomendado la fundadora dieciséis años antes, y tuvieron que huir campo a través en el año 1971, si se nos permite esta hipérbole aplicada al vencido en una contienda. La entendida como fuga salesiana sería provocada al sufrir sus miembros previamente, año tras otro, una asfixia de su economía y recursos por parte de la administración heredera e independiente de la congregación (la Diócesis). Táctica cicatera empleada –dicho sea de paso- similar a la que poco tiempo antes había propiciado igualmente la marcha de los mismos religiosos de la villa de Teror.
Bien es cierto que concurrieron otros factores o circunstancias en ambas situaciones, al margen de las consabidas disputas o diferencias entre los gestores diocesanos y la cúpula salesiana.
Parafraseando al romano Terencio, al remarcar que nada humano le era ajeno en su condición de hombre, confieso también yo que nada de lo que sucedió con los Salesianos durante su estancia en Guía me resulta ajeno. Después de aprender yo las primeras letras y números en la escuela de doña Carmelita aquí en esta ciudad, ingresé como alumno en el Colegio María Auxiliadora prácticamente desde la llegada salesiana en 1955 de la mano de Guillermo Navarro, que recibió las llaves de doña Eusebia como coordinador del centro. La arribada del primer director, Ángel Carretero, fue un hecho que no se demoró excesivamente.
Meses más tarde fui llevado a la presencia de la gran benefactora, cumpliendo con el ritual de conocer ella a los menores acogidos en su centro. La experiencia me quedó grabada. Duró pocos minutos. Ella ya había sufrido un ictus que le paralizó la mitad lateral de su cuerpo y permanecía inmovilizada, sin habla, en una silla de balanceo. No obstante, su semblante parecía intentar ser expresivo y empático. Yo me limité a decirle mi nombre, apellidos y mi edad, cumpliendo con la tradición que me habían recomendado. Yo no había cumplido entonces los siete años.
De izquierda a derecha, Carmelo Santiago, editor, Sibisse Sosa, concejala de Cultura, Sergio Aguiar, autor, Pedro Rodríguez, alcalde, y Amado Moreno, periodista.
He de consignar, para que se comprenda mejor mi fuerte vinculación salesiana -asumiendo así el riesgo de perder la objetividad analítica de lo ocurrido ante quienes siguen este relato-, que el primer director, Ángel Carretero, escogió y contrataría a Bonifacio, mi padre, para múltiples funciones domésticas o laborales (para comedor, jardinería, granjas, cocina, provisiones, transporte escolar, etc). Lo recuerdo hasta de actor en el papel de guardia civil con tricornio con una comedia estrenada en el teatro del colegio. Su actividad tan versátil se prolongó hasta 1971, año del forzado éxodo salesiano de Guía.
Marcelino Carreto Carretero, otro clérigo que ejerció en el mismo centro antes de ser director en diversos núcleos de la comunidad religiosa, tanto en las islas como en la Península, atribuía a mi progenitor una función idéntica a la de un intendente. Así lo definió públicamente en la emotiva y afectuosa pincelada que trazó de mi querido padre durante la ceremonia fúnebre en el cementerio de San Isidro, tras fallecer en octubre de 2001. En sus tareas con la comunidad religiosa, había contado por largos periodos con el concurso inestimable de Carmen, su esposa, y, obviamente mi madre.
Marcelino, sobrino además del primer director, Ángel Carretero, ambos de origen salmantino, tuvo a gala siempre una predilección por Guía y su gente. Orgulloso aceptó ser pregonero de las fiestas de la Virgen en una oportunidad.
Después de todo lo apuntado, y no apuntado, he de añadir que fui testigo directo de secuencias importantes en el devenir del colegio. Circula una fotografía en la que me identifican con diez años. Saltándome el protocolo, me encuentro junto al féretro de doña Eusebia en la cripta donde iba a ser enterrada. Ocurría apenas tres años más tarde de haber sido llevado yo a la presencia de ella en su casona residencia de Guía.
Tampoco olvido la visita por sorpresa del obispo Antonio Pildain al centro María Auxiliadora durante un verano, ya fallecida la fundadora, y cuando la diócesis entró de lleno a ser la administradora como heredera de todos los bienes de doña Eusebia. El prelado, acompañado del director entonces, el orensano Modesto Cabano Domínguez, recorrió de arriba abajo la mayoría de las dependencias, salvo la cocina, la despensa, los aseos…y la cripta en la que descansaba doña Eusebia y demás familiares allí enterrados.
Portada del libro
¿No merece su memoria, su obra y su religiosidad en vida, recordarla con un oficio litúrgico, al menos cada década, por quien heredó todo su patrimonio? Es una pregunta que sobrevuela por la cabeza de antiguos alumnos salesianos que fueron beneficiados por la inmensa generosidad de ella, y que después han destacado como profesionales en disciplinas varias, convirtiéndose en empresarios, abogados, médicos, docentes, psicólogos, periodistas, sacerdotes, etc.
Vuelvo al libro firmado por Sergio, que es lo relevante, y no mis anécdotas personales.
De antemano advierto a los interesados en su lectura que procede hacerla de forma pausada para disfrutar y digerir la cuantiosa documentación que maneja en sus más de quinientas páginas. Abarca un rico muestrario de imágenes de la época, muchas de ellas verdaderamente inéditas, que sorprenden y despiertan añoranzas por un tiempo que en algunos aspectos fue mejor a lo que sobrevino después.
Entre los múltiples testimonios que recoge el texto, impacta el remitido por Lucas Canino Navarro, originario de Tejeda, con el que coincidí como estudiante, y con el que mantengo una estrecha amistad hasta hoy. Ejerce de salesiano en Málaga y párroco de fin de semana en la iglesia de María Auxiliadora, en Antequera. Con anterioridad fue misionero en Africa durante más de una década, concretamente en Senegal y Togo, deparándole su responsabilidad, entre otras vivencias, la ocasión de alternar y conocer a un grupo de etarras deportados por Francia, que vivían allí en Lomé capital, sufragados por el gobierno de España.
En su misiva, que reproduce el libro de Sergio Aguiar, califica Lucas Canino a doña Eusebia de “persona grande en la historia reciente de Guía” y evoca su encuentro infantil con ella como alumno:
“No estoy seguro si había sufrido ya la grave enfermedad que la dejó hemipléjica –indica-. Supongo que sí, pues de mis visitas a su casa así es como la recuerdo. La primera vez fui acompañado exclusivamente por María de la Concepción Bautista Pérez, conocida como la señorita Quica (encargada con sus hermanas de la central telefónica guiense, y tía de nuestro cantante, Braulio). Ésta quería dar la alegría a doña Eusebia con la presentación de uno de los niños pobres del campo, al que estaba ayudando a estudiar con las becas que fundó. No sé el grado de comprensión que ella tenía –admite Lucas- , pero actuó conmigo como si lo hubiera entendido completamente. Me acercó hacia ella y puso su mano un ratito sobre mi cabeza. Su cara sonreía de contenta. Es la imagen que conservo de ella. Sonriente. Tal vez un rictus, pero que transmitía paz y alegría. Así también cuando acudíamos ante ella a tocar con la rondalla del colegio, dirigida por otro gran salesiano, don Antonio Ferrete, en la fiesta del cumpleaños de doña Eusebia. Parecía disfrutar mucho con nuestros pasodobles, rondallistas incipientes, pero con el entusiasmo transmitido por el maestro. Luego había zumos y pastas como premio”.
“Lástima –concluye Lucas- que malos entendimientos de personas que miraban intereses muchos más bajos que los de doña Eusebia, hicieran del colegio salesiano de Guía un episodio educativo que no duró mucho”.
En su afán investigador, y con la perseverancia y disciplina de una hormiga o abeja, Sergio Aguiar escudriña archivos y hemerotecas para ofrecernos la más completa biografía con datos, documentos y testimonios diversos.
En ese trabajo, casi tan sacrificado como la minería, nos descubre también un torpedo de la época, uno de los muchos que gustaba disparar Néstor Álamo, ilustre guiense, a través de sus colaboraciones habituales en Diario de Las Palmas. No eludió terciar en la polémica pública por el uso del legado de doña Eusebia y la fundación que llevaba su nombre. Con ribete de ironía Néstor etiqueta tal fundación como “la de los tristes destinos, a la que intentan despersonalizar, o dejarla sin plumas, que es lo mismo”. Seguidamente defiende que la fundadora merecía algo más que la recordación por un pueblo con una lápida o busto, “aunque de tener que erigirlo a la reverenciada dama es cosa –dice literalmente- que corresponde a quienes de cualquiera de las formas se han alzado con su herencia, que no era, exactamente, lenteja de chinipita”.
Termino rápidamente. Lo hago con la certeza de que desde hoy Guía cuenta ya con una herramienta más, no una herramienta cualquiera, la que significa esta biografía escrita por Sergio Aguiar Castellano para enriquecer el conocimiento pormenorizado del personaje, Eusebia de Armas Almeida, y la historia que ésta ha interpretado con humildad y a la vez con ambición, en aras fundamentalmente del progreso educativo de su ciudad y comarca.
Me resta por último dar la enhorabuena al autor por su esfuerzo y resultado. No le ha faltado el detalle sensible de dedicar el trabajo a su hermana Laura Auxiliadora, con nombre de evidente raigambre salesiana, y uno de sus pilares afectivos, junto a su madre, Nélida, sus sobrinas, Abril y Lía, y su hermano Eduardo.
Enhorabuena también al conjunto del ayuntamiento de Guía, que, a través de su concejalía de Cultura regida por Sibisse Sosa Guerra, acogió y respaldó la iniciativa editorial.
Y cómo no, en nuestra condición de lector, justo reconocimiento a la editorial Edigeca, promovida por Carmelo Santiago Casañas, un entusiasta de publicaciones con sello de autores canarios. Ejemplo de su admirable emprendimiento empresarial es la obra que hoy presentamos y que ya pueden tener en sus manos”.
Texto de la intervención de Amado Moreno el miércoles 7 de agosto de 2024 en el teatro Hespérides de Guía, Gran Canaria, con motivo de la presentación del libro de Sergio Aguiar “Eusebia de Armas y el Colegio Salesiano. Una pugna por su fortuna”, lanzado por la editorial Edigeca y promovido por el ayuntamiento del municipio guiense.